El tan traído y llevado “Nosferatu” de Robert Eggers parece estar haciendo las delicias de todo el mundo con su impresionante apuesta visual y la grandilocuencia que caracteriza al director. Analizamos la vuelta de tuerca que le ha querido dar al personaje de Ellen.
Hay un acuerdo generalizado sobre los méritos estéticos de esta nueva entrega, con secuencias para el recuerdo por la forma en la que están rodadas, como la carroza que recoge al pobre Thomas de camino al castillo. Pero la narrativa presenta algún tropezón y las interpretaciones son, como mínimo, irregulares, generando un problema en el tono del conjunto. En cualquier caso, la factura y las imágenes que crea son innegablemente interesantes y de calidad. Pero no venimos aquí a hablar de eso.
Sólo venimos a comentar, sin acritud ninguna, que a Eggers se le ha quedado un artefacto narrativo bastante retrógrado y misógino. Vaya por delante que lo cortés no quita lo valiente, efectivamente hay estupendas películas misóginas (véase toda la historia del cine) y no pasa absolutamente nada. Por nuestra parte, nos parece bastante increíble que esta sea la propuesta que ha decidido firmar en 2024.
“Nosferatu” es un remake de la película de Murnau de 1922, basada en la influyente novela de Bram Stoker, “Drácula”, publicada en 1897. Repasando tanto el remake de Herzog como las adaptaciones de la novela, creemos sinceramente que el “Nosferatu” de Eggers es la más rancia en su tratamiento del personaje femenino. Ninguna otra Ellen (o Nina, o Lucy) había sido establecida como la culpable última de la aparición de Nosferatu. Tradicionalmente se jugaba con la idea de que el monstruo estaba obsesionado con/enamorado de la muchacha y venía en su búsqueda de motu propio. Nos encontrábamos ante una instancia de un muy desafortunado acoso hacia un personaje femenino virtuoso. En este caso se explicita la idea de que ella de alguna forma convoca a Nosferatu con unos poderes que se encarga el Profesor Albin Eberhart von Franz (aka Van Helsing, aka Willem Dafoe) de confirmarnos que tiene.
Así, centrándonos en la Ellen que propone Eggers, la cosa queda como sigue: Ellen está sola, aburrida, y presumimos que con las hormonas revolucionadas en su juventud, entonces convoca a Nosferatu (que es un bicho indudablemente feo, no vaya a ser que el deseo femenino sea estéticamente agradable). Sigue con su vida aunque le dan bastantes parraques por ser medio bruja y se casa con Thomas, al que el conde Orlok le organiza toda una triquiñuela para separarlo de su esposa y atraerlo a su castillo a través de un subalterno. Durante el viaje a la pobre no paran de darle males y los señores le ponen corsés, la atan, dicen que tiene demasiada sangre y toda una serie de cosas muy propias del tratamiento de la histeria femenina en la época. Cuando el jefe de Thomas (bajo la influencia de Orlok) se come una cabeza de paloma y empieza a decir, también, que algo se acerca, un médico se toma un poco en serio el asunto y llama a Dafoe. Después de desatar una plaga en la ciudad, unas amenazas nocturnas, unas muertes de gente cercana a la pareja y que Ellen se canse de rechazar a Orlok proclamando su amor por su esposo. Al final, la solución que ofrecen los libros de magia es que ella se entregue (heroicamente) para que el monstruo, distraído por la ingesta de sangre de su… ¿amada?, se muera con los primeros rayos del alba.
O sea, que la culpa es de Ellen por bruja, el deseo femenino es malo, despierta monstruos y, para solucionarlo, la heroína debe morir siendo violada por un bicho muy feo. Dicho así suena fatal, pero es lo que hay bajo todos esos encuadres preciosos y movimientos de cámara elaborados. Entre el deseo de respetar las versiones anteriores y suponemos que un mal cocinado intento de hacer el personaje de Ellen diferente, más protagónico como Eggers ha afirmado, al final se queda la cosa en que la agencia que le otorga el guion sólo sirve para culparla profundamente de todos los males y reforzar la narrativa del sacrificio.
Esta es sólo una de las lecturas que tiene una película que, por supuesto, tiene más temas y asuntos que tratar, tampoco venimos aquí a querer hacer una hoguera con todas las copias. Pero creemos que no está de más disentir de la algarabía generalizada, que vale la pena pensar sobre el discurso de una película sin duda llamada a ser influyente dentro del género, que ya no es que navegue los viejos tropos sexistas que ya conocemos en anteriores versiones, sino que los empeora.
Parece que, a golpe de 2025, seguimos solas ante el monstruo.